Este libro busca hacer accesible a las mujeres de hoy, tan necesitadas de coraje, ánimo y comprensión, a un hermano mayor que las mira, las reconoce e Anacleto González Flores. Este gran hombre reconoció la urgente necesidad de que la mujer cumpla su misión. Con sus arengas y escritos, invitó a la mujer a salir de la parálisis, de la pusilanimidad, del entumecimiento que la mantenía ajena a su siglo, a su época, a su vocación.

Propone a la mujer un programa para que, con las cualidades propias del ser femenino, es decir la belleza, la ternura y el amor, contribuya decididamente a la regeneración de la humanidad. Estaba plenamente convencido de que, para que se diera una verdadera transformación social, era necesaria la organización y participación de la mujer; lo mismo, la indolencia de la mujer, su apatía, sus frivolidades y su ansia de placeres pueden traer grandes calamidades.

Por eso, los textos de este libro pueden ser esas estrellas que, como llamaradas encendidas por Anacleto, sean nuestras coordenadas, y así, entre tanta confusión tengamos candiles en nuestro actuar.

La misión de la Mujer

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Este libro busca hacer accesible a las mujeres de hoy, tan necesitadas de coraje, ánimo y comprensión, a un hermano mayor que las mira, las reconoce e Anacleto González Flores. Este gran hombre reconoció la urgente necesidad de que la mujer cumpla su misión. Con sus arengas y escritos, invitó a la mujer a salir de la parálisis, de la pusilanimidad, del entumecimiento que la mantenía ajena a su siglo, a su época, a su vocación.

Propone a la mujer un programa para que, con las cualidades propias del ser femenino, es decir la belleza, la ternura y el amor, contribuya decididamente a la regeneración de la humanidad. Estaba plenamente convencido de que, para que se diera una verdadera transformación social, era necesaria la organización y participación de la mujer; lo mismo, la indolencia de la mujer, su apatía, sus frivolidades y su ansia de placeres pueden traer grandes calamidades.

Por eso, los textos de este libro pueden ser esas estrellas que, como llamaradas encendidas por Anacleto, sean nuestras coordenadas, y así, entre tanta confusión tengamos candiles en nuestro actuar.

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